domingo, 27 de junio de 2010

Palenque del Recuerdo





El pasado 19 de junio, víspera del Día de la Bandera, se concretó la postergada celebración que varias instituciones de Mataderos venían preparando con motivo del bicentenario de la Revolución de Mayo. Dentro del adecuado marco otorgado por la fiesta de la enseña nacional se inauguró el “Palenque del Recuerdo”, un viejo anhelo del Museo Criollo de los Corrales y del Centro del Gaucho El Resero, que homenajea a recordados hombres de a caballo fallecidos, todos reseros representativos, algunos inolvidables, que, como dice la placa también descubierta ese día, “partieron con la última tropa”.

Fue un acto verdaderamente emocionante. Durante la Misa de campaña concelebrada por el rector del santuario San Pantaleón y por el párroco de San Felipe Neri, presbíteros Carlos Otero y Rubén Sirera, se rezó por la Patria y por los más de doscientos homenajeados, sus nombres, que fueron pronunciados por los sacerdotes al iniciar la liturgia, quedaron inscriptos en las paredes laterales de una de las columnas de la recova del museo; la misma en cuyo frente se amuró la plaqueta recordativa.

Finalizada la celebración se izó la enseña nacional entonando los presentes la Canción a la Bandera de la ópera "Aurora", cuyos armoniosos acordes, sumados a lo significativo del encuentro, hicieron rodar alguna lágrima por más de un rostro conturbado.
El motivo de la convocatoria fue la importancia que debemos darle a la tradición como fuente de la identidad y fertilizante emocional de nuestras raíces y la evocación de quienes anónimamente o no hicieron lo propio. Entre los nombres se halla el del “Cuñao” Cabañas, un ignoto resero de la estancia “El Juncalito” de los Pereyra Iraola que jamás estuvo en Mataderos, ni siquiera de paso, pero que fue el gaucho que sin saberlo sirvió de modelo a Emilio Sarniguet y su figura quedó plasmada en la emblemática estatua “El Resero”. Seguidamente “El Vasco” Narváez, decano de los reseros en actividad, Fabián Vitale (h) y Nahuel Rossi fueron los encargados de tirar de las cintas con los colores argentinos dejando al descubierto la testimonial plaqueta.

El padre Sirera bendijo a continuación el palenque histórico y se inició el paseo gaucho de a caballo encabezado por los abanderados (banderas nacional, de la ciudad y de Mataderos) seguidos por quienes portaban los estandartes de los grupos que participaron del desfile (Federación Gaucha Porteña, El Fortín, El Lazo, El Rodeo, Centro del Gaucho El Resero, Etc.) y por más de cien jinetes con sus mejores ropas en caballos a cual mejor emprendado, varias jóvenes amazonas, una jardinera, algunos sulkys, unas cuantas amansadoras y automóviles de colección, que cerraban la marcha de una caravana que partiendo del casco histórico recorrió la Avenida de los Corrales hasta Saladillo, siguió por esta hasta Rodó por la que dobló hacia Lisandro de la Torre, retornando por esa avenida al punto de partida.

Celia Rocha y Maruja Gómez se encargaron de la locución debiendo suspenderse, por cuestiones técnicas, las programadas actuaciones de Abel Falcón, de Enrique Barrionuevo “el Reserito de Mataderos, de María Amelia Parra y de los alumnos de la Escuela Nacional de Danzas; el contratiempo, sin embargo no alcanzó para opacar la fiesta.

La tradicional corrida de sortija, denominada “Del Bicentenario”, disputada en su inicio a dos arcos, fue el digno broche de una jornada memorable, como asimismo el primer premio, “la sortija de plata”, que se entregó al ganador sobre el filo de las 18.00 horas.

Hubo, a pesar del frío, una buena cantidad de público, mucha gente emocionada y los colaboradores de siempre; un evento para repetir, cuando alguna circunstancia lo amerite.

miércoles, 9 de junio de 2010

Estatuas ecuestres de la ciudad de Buenos Aires

“Stare” es una voz latina que significa estar firme, de ella deriva “statua” que determinó el origen de la palabra española estatua. El diccionario de la Real Academia de la Lengua define al objeto que con ella se designa como “...obra de escultura labrada a imitación del natural...”. Ecuestre también proviene de la lengua del Lacio de la que el término “equus” se traduce a nuestro idioma como caballo. Se llama entonces estatua ecuestre a la representación artística en la que la figura humana aparece representada montando o puesta a caballo.

El más antiguo monumento con las características apuntadas que se conserva en el mundo, es el del emperador Marco Aurelio (121-180) que realizado en bronce dorado campeó durante varios siglos en la Plaza del Capitolio de Roma; desde el año 1981 la obra original se halla en el interior del “Palazzo Nuovo”, tratándose de una réplica la que ocupa su lugar en el mencionado espacio público.

Obras incluidas en esta categoría son fáciles de hallar en casi todas las ciudades del mundo aunque algunas, evidentemente, más famosas que otras han logrado que su imagen recorriera el orbe. Demás está decir que la del depuesto presidente iraquí Saddam Hussein derribada y destruida por las tropas de ocupación de su país obtuvo las primeras planas de casi todos los diarios de nuestro globalizado planeta. Lo mismo ocurrió, si bien menos violentamente pero con idéntica difusión a pesar de las disímiles circunstancias que provocaron su cuestionado desahucio, con la del generalísimo Francisco Franco, subrepticiamente retirada durante la madrugada del 18 de marzo de 2005 de la madrileña plaza San Juan de la Cruz, en la que había permanecido emplazada durante casi cincuenta años y que hoy descansa, incólume, en un depósito del ayuntamiento de aquella corte y villa de España.

Aparecen actualmente en la web dos o tres páginas en las que se afirma que de acuerdo con la forma como se halle representado el caballo en el conjunto se estaría indicando la causa o la forma en la que murió el jinete. Se asevera en alguna de ellas que si ambas manos de la cabalgadura están alzadas, quien lo monta habría muerto en combate. Si en cambio la figura del equino aparece con una mano levantada y la otra apoyada en el suelo, el personaje habría fallecido como consecuencia de las heridas recibidas en la pelea pero no durante su desarrollo y, finalmente, si la estampa del animal se muestra con las dos manos y las dos patas sostenidas sobre el basamento la personalidad homenajeada habría expirado de muerte natural.

La infinidad de representaciones artísticas que contradicen estas afirmaciones son muchísimas; las de nuestro país, casi todas. No resulta sencillo por lo tanto sostener estas manifestaciones. Si existiera algún encuadre de este tipo sería propio de cada escultor. Un artista difícilmente aceptaría alguna limitación a su inspiración creativa.

Si como quedó dicho tomamos a la estatua ecuestre de Marco Aurelio, cuyo caballo tiene una mano levantada, como la más antigua de su tipo y al modelo italiano de Gian L. Bernini como al que sigue toda la estatuaria occidental de esta categoría, debemos convenir que las pautas comentadas no existen. El mencionado emperador romano murió a fines del siglo II de nuestra era víctima de una epidemia y no como consecuencia de heridas de guerra.

La ciudad de Buenos Aires, sin duda la urbe sudamericana que cuenta con más características arquitectónicas europeas entre sus pares, tiene ubicadas en diferentes parques, plazas y plazoletas dieciséis estatuas ecuestres, una de ellas de bastante reciente factura, que homenajean a distintas personalidades de la historia. Casi todas concebidas con un patrón común: movimiento aparente en la representación del personaje, el resero no; no es un gesto imperativo el que lo caracteriza sino, por lo contrario, la parsimoniosa actitud de la figura; y la búsqueda de realismo a través de la expresividad de la forma humana, característica esta con la que sí cuentan los otros monumentos. Otra de las que integran el grupo mencionado por razones que ya se verán no debe ser incluida entre ellas, aquí figura sólo para demostrar tal aseveración.

Resulta por lo menos curioso que nuestra Capital Federal cuente con más obras de este tipo que Madrid, en la que existen catorce; o que Roma, en la que incluyendo a las cuatro que adornan las esquinas del “Palazzo della Civitá”, hay solamente siete.

La más antigua como no podía ser de otro modo es la inaugurada el 13 de julio de 1862 en el entonces denominado Campo de Marte, hoy Plaza San Martín, en aras de la memoria del Libertador. Su autor fue el escultor francés Louis Daumas y su basamento y el entorno fueron modificados por el artista alemán residente en Buenos Aires Gustav Eberlein a quien también se deben los monumentos que recuerdan a Juan de Garay, a Juan J. Castelli y a Nicolás Rodríguez Peña.

La del general Manuel Belgrano es la que sigue a la anterior en orden cronológico cuando de inauguraciones se trata. Se halla desde el 24 de septiembre de 1873 en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno; fue realizada por el escultor galo Albert Carrieu Bellense con la colaboración del argentino Manuel de Santa Coloma, quien tuvo a su cargo la realización del caballo de la imagen. El primero de los nombrados es autor también del mausoleo que guarda los restos del general San Martín en la Catedral de Buenos Aires.

El 18 de septiembre de 1918 se inauguró el monumento que evoca al general Bernardo O’Higgins en la plaza República de Chile (Av. del Libertador y Tagle). Fue realizado por el escultor trasandino Guillermo Córdova Maza quien firmó su obra como Gino Córdova.

La talla que memora al coronel Manuel Dorrego, obra del prestigioso artista argentino Rogelio Yrurtia fue habilitada el 24 de julio de 1926 en la esquina de Viamonte y Suipacha. Si bien fue retirada de ese lugar durante la década de 1990 dado que allí la entonces intendencia municipal pretendía construir un “shopping”, fue devuelta a su ubicación original al impedir, la cercanía de las napas, la concreción de un cuestionado proyecto edilicio-comercial.

Una similar historia errabunda, si es que pueden tenerla las estatuas, corrió la obra “El Aborigen” de Hernán Cullen Ayerza concluida en 1910 fue recibida con carácter de donación por la ciudad. Ubicada en el año 1912 en la plaza Once de Septiembre fue retirada de allí e instalada en la plaza Garay, el 14 de junio de 1928. El 3 de noviembre de 1959 fue trasladada para su reparación al taller de la recientemente creada dependencia municipal encargada del registro, reparación y control de las fuentes, de los monumentos y de las obras de arte de propiedad de la entonces Intendencia Municipal. Concretada la refección permaneció en depósito hasta que fue colocada en la plaza España, el 4 de noviembre de 1961. Allí permanece exhibiendo la amenazadora figura de un indígena montando un fiero y brioso caballo pampa parado de manos.

Si la importancia de los hombres en la historia estuviera representada por el tamaño del monumento que los recuerda, los dos primeros personajes sin duda de incomparable trascendencia, quedarían empequeñecidos por la magnitud del que evoca a Giuseppe Garibaldi, quien poseyó, inexplicablemente, una estatua en nuestra ciudad mucho antes que, por ejemplo, los integrantes de la Primera Junta de Gobierno Patrio tuvieran la suya. La interpretación de esta incongruencia excede el motivo de este libro, dada la escasa y discutible participación que le cupo en nuestro pasado a quien tanto hizo por la unidad de su patria. En verdad se trata de una donación de los residentes italianos inaugurada el 16 de junio de 1904. Lo cierto es que su autor fue el escultor peninsular Eugenio Maccagnani y la artística representación realizada en Roma campea, soberbia, sobre su imponente pedestal en medio de la Plaza Italia.

El monumento al general Carlos de Alvear está considerado como la obra maestra del escultor, pintor y dibujante francés Antoine Bourdelle, discípulo de August Rodín. Fue descubierta en forma oficial el 16 de octubre de 1926 mientras ejercía la Presidencia de la Nación su nieto, el doctor Marcelo T. de Alvear, de otro modo tal vez jamás hubiera gozado de semejante homenaje de la posteridad. Es, según autorizadas opiniones, el de mayor valor artístico en su estilo.

El bronce erigido en memoria de Simón Bolívar emplazado en el Parque Rivadavia del barrio de Caballito, fue efectuado por José Fiorabanti. Es monumental y se halla en el centro mismo de ese paseo como sin duda alguna le hubiera gustado al libertador de media América, allí está desde el 28 de octubre de 1942.

El conjunto que contiene a la escultura erigida en memoria del general Bartolomé Mitre fue realizado por los artífices italianos Davide Calandra y Edoardo Rubino. Fue inaugurado el 8 de julio de 1927 en la plaza que lleva el nombre del polifacético patricio en Austria y Agüero.

La hechura dedicada al general Julio A. Roca, por otra parte, se debe al escoplo del acreditado creador uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín y se encuentra situada a pocos metros del edificio de la Legislatura de la ciudad, frente a la llamada “Manzana de las Luces” dentro del casco histórico de la capital de la República. Fue habilitada el 19 de octubre de 1941.

La estatua que evoca al general Justo José de Urquiza sobre su caballo, que se erige en la intersección de las avenidas Sarmiento y Figueroa Alcorta, fue efectuada por los maestros Vicenzo Baldi, italiano, y Héctor Rocha, argentino e inaugurada el 11 de abril de 1958. Sin juzgar la calidad artística de la obra que para cualquier neófito resulta a simple vista magnífica, debe destacarse como verdadera curiosidad que los autores omitieron representar la
cincha, elemento que fija la silla de montar a la cabalgadura, sin la cual, por otra parte, sería imposible mantenerla sujeta y firme al lomo del equino.

El monumento al Cid Campeador, único bronce estatuario ecuestre de Buenos Aires realizado por una mujer, la estadounidense Ana Vaughn Hyatt Huntington, fue inaugurado el 13 de octubre de 1935 y luego desplazado a unos pocos metros de su ubicación original para dar lugar al nuevo trazado de algunas avenidas y a la construcción de otras que en él confluyen. Se halla situado sobre una pequeña plazoleta ubicada en la intersección de Gaona, San Martín, Honorio Pueyrredón, Díaz Vélez y Ángel Gallardo. Huntington es también la autora de la estatua de don Rodrigo Díaz de Vivar que se halla en la ciudad de Sevilla.

Las tres más modernas, son las que memoran a San Martín de Tours, al general don Martín Miguel de Güemes, obra del escultor argentino de origen italiano Ermando Bucci, inaugurada el 22 de marzo de 1981 en el Parque de San Benito (Av Figueroa Alcorta y La pampa) y la del brigadier general don Juan Manuel de Rosas, habilitada el 8 de noviembre de 1999 en la plaza Intendente Seeber (avenidas Sarmiento y del Libertador). Esta última se halla orientada hacia el sitio en el que se encontraba la famosa residencia del ilustre “Restaurador de las Leyes y Capitán General” de la provincia de Buenos Aires. Su creador fue el artista argentino Ricardo Dalla Lasta. Llama la atención que por haber sido encargada su realización por el Poder Ejecutivo Nacional sin ninguna otra tramitación anterior ni posterior, este monumento no figura en el registro patrimonial de la porteña Dirección General de Espacios Verdes, Fuentes y Monumentos.

San Martín de Tours tiene en la ciudad de la que es patrono, una pequeña estatua ecuestre ubicada desde el 24 de marzo de 1981 en la plaza que también lleva su nombre en la intersección de las avenidas del Libertador y Alvear. Se trata de un bronce fundido con la técnica de la cera pulida que representa al santo en la famosa escena de su entrada a la ciudad de Amiens, cuando al encontrarse con un pobre hombre que temblando de frío pedía caridad, partió su capa en dos y le entregó una de las mitades. Su autor es el ya mencionado artista Ermando Bucci.

Tal como se expuso al comienzo hay una obra que no debe ser considerada dentro de la misma categoría de los monumentos analizados, se trata de la estatua dedicada a “don Quijote”.

El martes 16 de diciembre de 1980 fueron habilitadas las autopistas “25 de mayo” y “Perito Moreno”, ese día pudo circularse en automóvil por ellas sin pagar peaje, el que se había fijado en la suma de cuatro mil pesos, condición “sine qua non” para poder hacer uso de ellas a partir del día siguiente. La inauguración formaba parte de los festejos que se llevaron a cabo ese año para conmemorar el cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires. Las obras que habían comenzado en 1978 con la demolición de numerosos inmuebles expropiados, a pesar de que sus titulares fueron resarcidos por el en aquella época municipio con sumas adecuadas al valor de sus propiedades, fueron llevadas a cabo por un consorcio de capitales españoles que conformaron Autopistas Urbanas S.A.

La mencionada empresa donó a la ciudad de Buenos Aires la estatua del Caballero de La Mancha, obra que fue inaugurada el 13 de junio de 1980, dos días después de cumplido el referido aniversario en el transcurso de una ceremonia que contó con la presencia de S.M. doña Sofía de Grecia, Reina de España.

Se trata de una pieza bastante extraña, muy discutida cuando fue emplazada y que recibió críticas furibundas en el momento de su inauguración, tantas como las que generaron oportunamente las propias autopistas. El famoso Rocinante aparece trunco, sólo la cabeza, el pescuezo y las manos se hallan representados y su jinete en una poco ortodoxa posición no está sobre él sino sentado en una saliente de lo que podría asemejarse a una especie de iceberg que le da fondo al grupo artístico, en él apoya el personaje una de sus hidalgas piernas mientras que la otra parece flamear. El novelesco origen del héroe y del jamelgo bien podría ser una razón más que suficiente, si nos remitimos puntualmente a la definición de estatua, para no incluirla entre las mencionadas. Por otra parte para calificarla de ecuestre y siguiendo al diccionario el jinete debería estar representado literalmente sobre el caballo, en este caso no lo está, y el equino aparecer en forma completa, lo que tampoco ocurre. Amén del tiempo transcurrido desde su inauguración, la opinión general sigue inclinándose por destacar la fealdad e intrascendencia de este conjunto escultórico que, definitivamente no es ecuestre. Se trata de una alegoría en la que aparece un hombre y parte de un caballo. Se la puede apreciar en la plaza ubicada en la intersección de la avenida de Mayo y Lima, fue realizada en la ciudad de Montevideo y su autor es el escultor español Aurelio Teno.

Por lo expuesto, convengamos que no se trata de una estatua ecuestre y por consiguiente no debe de ser contada entre las dieciséis de tal característica erigidas en Buenos Aires. Al igual que lo que ocurre con la que memora a Rosas tampoco existe constancia de ella en la nómina de monumentos u obras de arte de propiedad de la ciudad.

Deliberadamente dejé para el final la mención de la estatua “El Resero”, es la única entre las de su condición que está dedicada a un desconocido y humilde trabajador rural. Goza este por lo tanto de un monumento entre los de otros hombres a los que les cupo importantes actuaciones pretéritas o incomparables protagonismos. El gaucho que el resero representa colaboró con ellos, también es parte de la historia, simboliza a quienes desde el anonimato construyeron el país, forjaron un porvenir que tal vez imaginaron grande y engendraron una Patria hecha de a caballo.

“El Resero” mantiene, eso sí, un rasgo peculiar que amén de su sencillez la hace distinta a todas las demás; es la única cuyo caballo es un pasuco, un animal de sobrepaso a los que también se los denomina andadores, ambladores, charandelas, de paso largo o tartamudos. Su autor fue el escultor argentino Emilio Jacinto Sarniguet quien la concluyó en 1932. El 25 de mayo de 1934 fue emplazada en la intersección de las actuales avenidas Lisandro de la Torre y de los Corrales, antes denominadas Tellier y Chicago respectivamente.

  • Falco, Orlando W., "El Resero, la historia de una estatua", Buenos Aires, El Escriba, 2006.
owfalco@yahoo.com.ar